lunes, 2 de junio de 2014

Desnuda en las llamas


Nunca entendí por qué todo el mundo me contaba su mierda, me refiero, yo pago a un psicólogo para eso, es lo normal. Pero continuamente escucho las penurias de mis amigos, incluso de conocidos simplemente, hacen que me vacíe, que me vuelque en ellos y supongo que así es como me olvidé de mi. Como acabé mirando la ceniza caer en el cenicero y sintiéndome parte de ella, un cigarro apagado con fuerza y dejado a la intemperie. Un día, de repente, me di cuenta de que mis monstruos salieron de debajo de mi cama y me comieron, me miré en el espejo y no me reconocí. Tan delgada, estrías y cicatrices en la muñeca. Cicatrices que, al fin y al cabo, llevo con orgullo, son la muestra de que salí adelante, pero es que realmente salí? Maduré, si, pero a golpes y putadas; y sólo me reconozco en Bukowski, en Murakami, soy la Mía de Pulp Fiction, ya no Arya Stark, Hermione o Momo. Busco cariño para dormir y me abrazo a la almohada, un trago y apago la lámpara. Siempre agotada, medio rota, llorando cuando dan la espalda porque me avergüenza hacerlo en público. Vomito mi alma, o eso parece a veces, ni siquiera escribo ya. Me perdí en el Jardín Secreto de Burnett y ahora todo parece mediocre, sucio y me falta el interés que me caracterizaba de pequeña, era de esas niñas que miran a todo con los ojos abiertos como platos y esperan poder chupar todo conocimiento que se les ofrezca. Con mi próxima mayoría de edad, soy sólo un narrador omnisciente de mi vida, la chica del banco, con la mirada perdida y pinta de romperte la cara si le diriges la palabra. Perdida la inocencia, la sonrisa y olvidado mi corazón entre sus sábanas no sé a dónde dirigirme.