sábado, 29 de junio de 2013

245.


Te recuerdo solo, en el medio del silencioso pasillo. De pie y mirándome a los ojos mientras me acercaba a ti. Al contrario que el resto, no hiciste una sola pregunta, supongo que no te interesaban esos detalles morbosos. Abriste los brazos y me envolviste con ellos, tenía frío hasta que lo hiciste y ni siquiera me había dado cuenta. Tenía ganas de llorar, y no era capaz, hasta que me abrazaste. "Tranquila, pequena, tranquila" Pero tus brazos robustos y fuertes me recordaban a los suyos cuando subía los cuatro pisos corriendo para saltar encima de él. Ni siquiera sabía que hacer, tenía mucho miedo, aún era pequeña y no era consciente del todo de qué iba a pasar. Por eso todos los años siguientes a la muerte de mi abuelo, pedí que volviera, con estrellas fugaces, con las uvas en fin de año, con un trébol de cuatro hojas... Tú lo sabías, eras el único, más mayor que yo, me mirabas con tristeza, yo te sonría desde abajo y muchas veces te decía que confiaras. Después de una complicada pre-adolescencia y pasando aún la adolescencia en sí, es probable que haya dejado de creer en Peter Pan y en que vuelva aquí. Ahora que, ya no estáis a mi lado, me siento tan débil como una ramita en medio de una tormenta, y deseo tanto volver a ese pasillo en segundo de primaria donde nuestras almas se unieron en abrazo y conectaron. Quiero sentir el calor de las palmas de tus manos en mi espalda, que me beses el flequillo y me tranquilices susurrándome en la espalda porque, y si no puedo con esto? y si no puedo seguir? y si me quedo a medio camino?

lunes, 24 de junio de 2013

244.


Un puto pitido constante en los oídos, desesperación que corre por mis venas. Ganas de lanzarme a tu cuello y agarrarlo con todas mis fuerzas, de sentir cómo dejas de bombear sangre. Puta zorra de mierda, vaca gorda. No haces nada bien y me desespero. Ojalá pudiera luchar contra el puto espejo. Con mi reflejo, con la sombra que me persigue allá donde voy. `Maldita sea chica, otra vez metida en esa mierda hasta las cejas.´ Los ojos hinchados después de noches y noches seguidas llorando, más sola que la una. Por probar fortuna, caí en esa droga que es un maldito odio interno. Que alimento continuamente, que me ahoga, que es lo único que no me abandona.

243.



Un impulso de borrarlo todo, de quemar cada una de nuestras fotos. De bajar las escaleras y correr lo más rápido que pueda por la carretera. De arrancarme el corazón para que deje de latir, odio ese sonido, me explota en los oídos. Unas ganas enormes de ir a un bar y pegar al primero que vea, ganar o perder da igual, sólo escapar. Liberar esa rabia que llevo metida tan adentro, que me corroe. Que me posee si me despisto un momento y acabo recogiendo cristales rotos por el suelo, intentando no mirarme en cada uno de mis reflejos. Por no verme, por no tener que soportarme más, cogí la punta afilada y me abrí las muñecas. Que fácil era, abuelo, en un rato voy ahí arriba, a tu lado.