sábado, 30 de marzo de 2013

230.


Está comprobado, cuando me hacen daño me enfado, lloro. Después me quedo en un estado catatónico del cual ni tu sonrisa puede sacarme. Y no siento, no siento absolutamente nada. Aprieto los dientes, me duelen pero sigo haciéndolo. Me siento en la cama, subo las medias y miro las botas. Paso así horas y horas, respiro hondo, masajeo las sienes. Fumo un cigarro. No puedo más, con la mente en blanco y el alma vacía, aprieto el gatillo y mancho las paredes. Las tiño de rojo, ese cerebro que todos opinaban que no usaba para nada forma manchas extrañas sobre la habitación. Y la sombra de lo que fui se diluye lentamente con el ambiente, y desaparezco en silencio de vuestras vidas. Huyo de los insultos, de sus manos posesivas tocando mi cuerpo, huyo de ti también, mi amor, que jamás supiste quererme ni quisiste entenderme. Adiós papá, fuiste el más inteligente de todos, desapareciste antes de verme crecer.

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