La yema de mis dedos acariciaba tu espalda, casi quemaba pero era tan suave que no podía dejar de hacerlo. De vez en cuando abría los ojos y comprobaba que no eras un sueño, o un espejismo creado para ponerme mala pero cada vez que lo hacía seguías tumbado en mi cama. Y yo sonreía viendo tu gesto al apartar el pelo de la cara, y me perdía observando tus labios y sus múltiples y sabrosas perspectivas. Cuando cerraba los ojos mi cerebro representaba en mi cabeza lo que me gustaría que pasara, y tú te acercabas y me besabas, y todo desaparecía pero según me parecía a mi, mi momento se había pasado, y tú habías pasado página hacía ya un tiempo. Mientras me resignaba a mi destino y me metía en mi mundo de sueños e ilusiones rotas, tu dedo pulgar recorrió mi cara, terminando en el mentón y acariciando mis labios. En un parpadeo, estabas apretando tus labios contra los míos, al siguiente, te habías apartado. Volvías a mirarme, serio cuando estabas en mis ojos, sonriente cuando recorrías mi cara y mis mejillas. Me colocaste un pelo y abriste la boca como si fueras a decir algo pero terminamos besándonos una y otra vez. No dijiste nada importante, aunque nos entendimos perfectamente. Morí y renací esa noche, cuando, a oscuras, me robaste el corazón y el alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario