lunes, 4 de junio de 2012

122.



Ligeramente despeinado, ojos marrones y saltones, camiseta de tirantes de color blanco desteñido (blanco, cuando la compró), pantalones vaqueros por la rodilla y zapatillas Converse blancas algo viejas ya. Una Yamaha naranja entre sus piernas. Esperaba aburrido, mirando al infinito. Ella apareció por la espalda y se subió en silencio detrás de el en la moto.  Lo besó en la mejilla y el arrancó. Llegaron en diez minutos a la puerta de su antiguo colegio. Saltaron la valla y anduvieron por el parque. Ella miraba con añoranza todos los lugares y cantidad de recuerdos acudían a su cabeza. Un campo de fútbol de asfalto rodeado de hierba, los árboles al fondo. Unas porterías viejas sucias y rotas. Los endebles tejados que nunca cumplían su función de proteger de la lluvia. Le daba la impresión de poder verse a si misma y a sus amigos de pequeños correteando por allí.  Una traicionera lagrimilla se precipitó suicida por la mejilla de ella. Estaba todo bastante cambiado pero para ella todo tenía significado. A cualquiera le habrían parecido unas simples escaleras pero ella recordaba perfectamente como Iván, su “hermanito” y ella misma comían pipas con extra de sal todas las tardes allí sentados. Los columpios eran las plataformas que los lanzaban hasta el cielo. La fuente donde se abrió los labios cuando tenía tres años. La canasta donde tiró su primer triple. El comedor de la escuela, su primer trabajo. Así fue como muchas lágrimas más siguieron a su predecesora. No era tristeza lo que ella sentía, simplemente añoraba aquellos años donde nada importaba. Él la había dejado andar por donde quiso, en silencio y un paso por detrás, la seguía. Cuando llegaron al edificio de los niños  de infantil se acercó y dijo:
-Te acuerdas el año que nos dijeron que estábamos en amenaza de bomba. Tú y yo servíamos en el comedor cuando David llegó corriendo y dio la noticia. Muchos echaron a correr sin mirar atrás, entre ellos yo. Pero tú te diste la vuelta y te dirigiste hacia los enanos. Les dijiste que hoy jugábamos a un juego que se llamaba bomba, así que tenían que salir corriendo muy rápido hacia la puerta de fuera y ellos sonriendo te miraron y te siguieron. Estábamos todos fuera, algunos incluso llorando, llamaban a sus padres, hasta los profesores estaban asustados. Tú no, tú seguías cuidando de los niños. Cuando Balbi se dio cuenta de que faltaba una niña de primero de primaria. Nadie quiso entrar para traerla lejos, a salvo, nos lo prohibieron. Tú saliste corriendo en dirección al colegio en cuanto lo oíste. La trajiste vuelta. Siempre fuiste un ángel que llegó aquí para revolucionarnos. Y nosotros nos dejamos revolucionar.
Ella miraba hacia donde estaban los columpios viejos, aquellos azules y amarillos que tenían cinco columpios en vez de dos como la mayoría. Los señaló y dijo:
-Estaba ahí columpiándose, feliz por haber conseguido uno de los columpios.
Luego se volvió hacia él y lloró en su hombro. “Lo echo todo tanto de menos”. “Todos te echamos tanto de menos”.
Se giraron y se fueron hacia su casa. El hizo la comida. Ella estudió biología. 

2 comentarios:

  1. :) Enternecedor. Por un momento imaginé mi antiguo colegio, solo que sé que yo nunca lloraría por recordarlo, fue una buena época, lo sé, pero no para tanto, quizá porque tampoco tenía nada importante allí por aquel entonces; un tanto triste también pensar eso, que de pequeña no tenía a nadie verdaderamente a mi lado en el colegio...

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